domingo, 9 de noviembre de 2014

Landmannalaugar, Islandia

A menudo pienso en lugares que me han marcado, en los sitios que más boquiabierta me han dejado, de una belleza tal, que parece increíble que estén en este magnífico planeta. Y, entre ellos, tiene un puesto de honor Landmannalaugar, una zona al sur de esa isla tan excepcional, con una geología de libro, que es Islandia.
En Landmannalaugar la naturaleza se hace artista y cada paisaje es un cuadro donde se distinguen las pinceladas y una paleta de colores bien extensa. Caminar por sus senderos invita a levantar la mirada del suelo y sentir (como solo es posible en las películas) que te introduces en un cuadro.
Landmannalaugar fue la guinda de mi primera visita a Islandia (2011), un adiós perfecto para desear volver.
Se encuentra en las inmediaciones del volcán Hekla, uno de los más activos de la isla, cuyas últimas erupciones se han registrado cada diez años, pero ahora lleva ya cuatro fuera de cuentas. El próximo estallido puede ser tremendo.
Toda esa actividad volcánica se nos manifestó en forma de aguas termales, vapores humeantes y sustancias burbujeantes. Otro volcán había estallado un mes antes de nuestra visita, y los neveros no eran de color blanco sino gris, por la cantidad de bolitas negras de ceniza que habían llegado hasta allí.
Una madrugada, con mis fabulosos compañeros de aventuras, me di uno de los baños más increíbles de mi vida, en un paisaje de lava, montañas de colores, iluminados por el sol de medianoche, en una mezcla de aguas heladas y ardientes, riendo, felices por nuestro fantástico viaje y pasando una botella de orujo que había traído uno de los amigos para un momento especial.
Landmannalaugar me dejó huella, y sueño con volver, caminar el trekking que lo atraviesa y vivir unos días dentro del cuadro.
(Nota: las fotos no tienen ningún efecto de edición, este lugar es así)
















































domingo, 11 de mayo de 2014

Hornstrandir, Islandia

Hornstrandir es una península (en realidad una subpenínsula de otra península) situada al noroeste de Islandia, a más de 66º latitud norte, donde no llegan caminos ni carreteras (la existencia del glaciar Drangajökull lo hace imposible), formada por montañas (repletas de circos glaciares y neveros permanentes), valles, fiordos, playas, acantilados, lagos, arroyos y ríos.
De una belleza que emociona. 
Casi sin vida humana. 
Sus habitantes son las aves y los zorros árticos.
Frío, de duro clima, sufriendo los vientos del norte, que llegan desde el ártico.
Sorprenderte. Cada valle distinto al anterior. Algunos, tienen hasta seis circos glaciares, uno a continuación de otro. Playas de arenas negras o ríos desembocando en cascadas.
Sin árboles, pero cuyas playas están llenas de troncos que las corrientes marinas arrastran desde Siberia.
Remoto. Donde sólo es posible llegar navegando o caminando.
Dos veces estuve allí, en julio, en 2011 y 2013, disfrutando plenamente del sol de medianoche, del día sin noche, recorriendo sus valles, sorteando sus ríos, remontando sus circos, observando zorros, sintiendo la alta montaña a nivel de mar. Con mis queridos amigos y compañeros (la primera vez con Borja, Javi, Jose, Antonio, Roque y Rubén; la segunda con Borja, Javi y Diego), viviendo aventuras, con tan sólo un mapa y una brújula, acampando en una naturaleza intacta. En la primera expedición fuimos desde Adalvík hasta Hornvík; en la segunda, optamos por una ruta circular desde Látravík.
Nuestra primera noche llegó acampados cerca de un páramo (donde vimos gansos), entre valles, con la visita de un zorro (el primero de muchos), con luz anaranjada y un gran arco iris que apareció justo a medianoche.
Mis mayores obstáculos fueron los ríos. Algunos los saltaba, otros los pasaba de piedra en piedra. Llegué a pasar descalza, sufriendo congelación instantánea. Incluso mis compañeros me lanzaron en un par de ocasiones: tomaba carrerilla, Jose me impulsaba tomándome del brazo, y Borja me recogía en la otra orilla. Roque me estrechó un río con una piedra, pero ésta falló y caí. El río era estrecho, pero profundo y caudaloso, rápido. Me sumergí hasta el cuello, pero antes de notar el frío y la humedad, me sentí volar... Muchos brazos tiraban de mí hacia arriba. Y en menos de dos minutos ya me cubría ropa seca.
El sentimiento de sorpresa y de aventura fue intenso. El de las inclemencias meteorológicas, también. Si bien la primera vez, una niebla fue la que nos puso en nuestro sitio, la segunda, fue la lluvia, el aguanieve y el viento, un temporal que ocasionó el retraso de un día y medio del barco que nos debía recoger. Íbamos muy justos de víveres, y el faro-refugio de Látravík fue nuestra salvación, y sus gerentes, Gudmundur e Inga, nuestra grata compañía.

Pero aquel lugar del fin del mundo supuso un punto de inflexión en mi vida. Me despojé del miedo al frío y descubrí el gran placer y libertad de vivir y sentir la naturaleza en estado puro. Después de aquello empecé a hacer invernales en la montaña. Y es posible, que de no haber pasado por esta experiencia, nunca me hubiera planteado viajar a la Patagonia, y menos andando sola...
Primer valle que remontamos

Páramo, por allí vimos gansos

Arco iris de medianoche

Caminamos hasta el final del fiordo, pasando por el collado del fondo al siguiente valle













Ayudando a unos veraneantes islandeses a construir un puente por el que luego pasamos

Después de remontar el circo glaciar, preciosa vista del paisaje por el que habíamos venido

Troncos en la orilla











A la izquierda, muy pequeño, nuestras tiendas; a la derecha, la desembocadura del río en cascada


Sol de medianoche

Acantilados



Valle que remontamos, pasando por el collado del circo



Zorro cazador