KARÚ-KINKÁ: La inmensa suerte del Fitz Roy y Cerro Torre

Siento que me ha tocado la lotería. Sí, en cierto modo.
Hay quien dice que de los 365 días del año, por aquí están medio buenos 60 y excelentes 5. Pues yo he vivido tres de esos cinco. De hecho, una lugareña me ha dicho que llevaban tres meses sin ver un día lindo. Han hecho días de cielo azul y sin viento (aún más difícil todavía).
Y los he aprovechado bien. Con toda la ilusión y la alegría que he sido capaz.
He visto algunos de los picos más bellos del mundo, como si fueran una postal, pero al natural.
He paseado feliz por el reino del Parque Nacional de los Glaciares, donde el Fitz Roy es el rey, y el Cerro Torre su príncipe. He pasado horas y horas contemplando estas montañas y las que las acompañan. He caminado sus valles y admirado sus glaciares. Todo lo que vine a buscar, lo he encontrado en este maravilloso rincón del mundo.
He bebido de sus ríos y caminado por sitios no frecuentados (de hecho, esa sensación de soledad, del sonido de la naturaleza y de dificultad, me encanta), he mojado mis piernas en un lago con témpanos de hielo (del glaciar), he escuchado el crujir de los glaciares, he visto avalanchas y caer hielos, y cómo éstos se derriten o se rompen y giran en las lagunas; he comido con unas panorámicas tremendas y le he dado las buenas noches al Fitz Roy, en unas noches de inmensa luna.
Y compartí la mitad de todo eso con Heinz, un montañero alemán, y gran aficionado a la fotografía (no os podéis imaginar todo lo que llevaba), muy agradable, con quien ya coincidí un día en Puerto Williams y otro día en un bus. Que debió sorprenderse de que a todas las propuestas de exploración dijera que sí, por muy largo que fuera el día. Y la otra mitad, eché en falta un rato de conversación.
Y volví a ver cóndores, tres, en el valle de la Laguna Sucia, un lugar de no fácil acceso, con una vista maravillosa. Ellos recreaban su vista, y yo la mía.
Y sé que el recuerdo de estas magníficas montañas, valles y glaciares me va a acompañar de por vida.